Basta con viajar a una ciudad donde ya has estado para darte cuenta de las cosas que han cambiado desde la última vez que pisaste sus calles. Las luces, los colores, los olores, las personas, todo parece distinto en tu mente, que es capaz de ver ahora detalles que no vio, conectar con cosas que vio en otro lado o imaginar incluso el camino futuro que seguirán los ojos la próxima vez. Tal vez no haya cambiado mucho, tal vez sí se haya producido una evolución en la forma de vivir, pero lo que verdaderamente aplica una especial importancia a la observación no es la realidad del cambio en sí, sino más bien los ojos volcados en percibir esos cambios.

El mundo está evolucionando a una velocidad nueva, con una revolución tecnológica que es una realidad desde hace un lustro, que se ha involucrado en nuestra vida cotidiana hasta ser el cambio permanente también parte de nuestra cotidianidad. Pero habituados a ello, ya no somos capaces de percibirlo y lo asumimos hasta un punto en el que, pese a ello, desde nuestro lado de marca o empresa seguimos con el chip tradicional de  nuestra forma de actuar y no somos conscientes de que nuestros actos o mensajes van dirigidos a un usuario que ya no existe, pues ya cambió y ya es distinto.

No es la necesidad de adaptarse al cambio el gran elemento impulsor para que una empresa cambie. 

Son las personas que miran al cambio, y que son capaces de guiar a la empresa a obtener posicionamientos más líquidos y apropiados para una sociedad variable.

Es el aprendizaje, visión y conexión cerebral de esas personas el que hace que la marca circule por un camino más cercano a una línea ambigua o de secuencia imprevisible.

Son las personas que no miran al cambio dentro de la empresa y que no se lo creen, que se topan con otras que les impulsan a moverse, y su capacidad para avanzar hacia un camino que nunca han recorrido.

Es el consumidor cambiante pero que no es consciente de que ha ido evolucionando a un ritmo acelerado, el que da la pauta de acción a las marcas para seguir siendo relevantes en su día a día distorsionado.

Es la intención, el respeto, la comprensión de que el cambio acontece siempre y más en este tiempo de relojes totalmente rotos.

Es el mensaje, el canal, el tono y el fondo, que se sustenta en nuevas vías, en viejas vías, o en viejas vías entendidas de manera nueva.

Es el camino, la visión, la forma de mirar al cambio la que hará que una marca circule por una vía próxima a cruzarse en algún punto con un consumidor que se fue de nuestro lado, o seguir estático esperando que este vuelva. Como al visitar cualquier ciudad por enésima vez, saber que todo ha cambiado viene dado por la capacidad de hacer introspección, memoria, aprendizaje, recuerdo y conexión con todo lo que quedó en medio del lapso de las visitas. Es la mirada la que habla del cambio, no el cambio en sí.